David Luna Pérez
CARTA A MI HIJO A LOS 21 AÑOS
Pseudónimo: Epicuro Xocoyotzin
Entrañable hijo:
A pocos años de tu llegada a esta vida, te dedico estas palabras con el deseo ferviente de transmitirte lo que pienso y siento en momentos como este, de profunda reflexión sobre ti y el mundo que nos rodea.
Quiero contarte algunas cosas que el prodigio de la memoria mantiene vivas en mí, como el momento en que mi mente y corazón sufrieron una emocionante sacudida al observar tu primera respiración, ya que tuve el inmenso privilegio de presenciar el milagro de tu nacimiento. Con el alma en un hilo, tomé a tu madre de la mano para animarla y reconfortarla en medio de la intensidad, dolor y dramatismo que acompañan al nacimiento de un ser. En esos momentos se conjugaron sentimientos de angustia, incertidumbre y expectación; sin embargo, todas las interrogantes fueron felizmente contestadas con la música más maravillosa que ser humano alguno puede escuchar: ¡el llanto del primer hijo! ¡Un sonido que, sin ser aún voz, me dijo tantas cosas! El solo recuerdo de esos momentos aún vibra en mí y me produce una felicidad no comparable a ningún otro episodio de mi existencia.
Recuerdo que recorrí embelesado cada pedacito de tu cuerpo, con la mirada de quien se maravilla al contemplar el amanecer por vez primera, sin poder creer que ese pequeño ser que apenas podía mantener entreabiertos los ojos, fuese sangre de mi sangre. Tu cabello húmedo por el líquido vital en el cual viviste por casi nueve meses, tus manitas completamente formadas, la perfección de tu rostro, la tersura de tu piel, y tantas cosas que atropelladamente iba descubriendo, constituían el espectáculo mas grandioso que yo pudiese haber imaginado.
Y eso solo fue el comienzo, el inicio de la gratificante a la vez que interesante y difícil experiencia que es la paternidad. Después del magno regalo de tu llegada, fuimos bendecidos con la oportunidad de verte crecer y desarrollarte, de escuchar tu voz cambiar sucesivamente desde un balbuceo hasta frases que hoy se me figuran complejas para tu edad, pasando desde luego por la maravillosa primera vez que escuché: ¡papá!, ¡papito!
Atentos, te hemos visto evolucionar del biberón al vaso, del mameluco al pantaloncito vaquero, de las encías rosadas a las pequeñas y perfectas ferocidades que, a manera de estreno, mordieron todo lo que se puso a su alcance. Hemos sufrido contigo desde tu primera vacuna hasta tu primera vez en el kinder.
Juntos, tu madre y yo hemos compartido tus noches de fiebre o tus periodos de problemas respiratorios por tu alergia pero, asimismo, nos hemos divertido como enanos con tus ocurrencias. Nos has hecho sentir orgullosísimos cuando propios o extraños alaban tu precocidad o tu inteligencia, y hemos contemplado tus íntimos momentos de sueño, impregnado de esa beatitud que otorga la inocencia y que a todo padre hace comparar a su hijo con un angelito.
Ser padre es una cualidad natural del ser humano, pero que implica un gran compromiso con la vida misma, como es el guiar al hijo por el que pudiera ser el mejor de los caminos. ¡Qué sencillo parece, y cuán difícil realmente es! A veces, nos declaramos casi incompetentes ante determinadas situaciones, pero inmediatamente corregimos el rumbo puesto que el tiempo no se detiene, y tenemos que echar mano de recursos que ni nosotros mismos sabíamos que teníamos. Así, se va conformando la experiencia de ser padre: informándose, consultando, intercambiando vivencias con conocidos, con familiares y amigos, pero principalmente con el acontecer cotidiano de nuestras vivencias, del balance entre tus travesuras y nuestras reprimendas, de tus desarmadores cariños hasta nuestras lágrimas de verdadera felicidad por tu presencia… Así, hasta obtener conclusiones propias que nos permitan cumplir cabalmente nuestra compleja misión.
Enfrentarse a tu mirada franca y escrutadora cuando nosotros mismos cometemos una acción que a ti te prohibimos es terriblemente embarazoso, puesto que para educar hay que predicar con el ejemplo y, definitivamente, tus padres distamos mucho de ser perfectos.
El mundo que te podemos ofrecer tampoco es una jardín de rosas. Por el contrario, en él abundan los contrastes y los extremos, que van desde el vuelo de un colibrí hasta la amenaza de guerras nucleares, de la reconfortante tranquilidad de un hogar cálido a la amarga sonrisa de un niño de la calle, de la frescura de un nuevo día a la ignominia del racismo. Hoy día, la recalcitrante y dura realidad de tantos desprotegidos y desvalidos nos obliga a reconsiderar nuestra calidad de vida y agradecer a nuestro creador por nuestra salud física y mental; por el alimento que puntualmente llega a nuestra mesa, por nuestra posibilidad de reír y pensar libremente; porque estamos juntos como familia y podemos tener amigos y compartir con ellos momentos de alegría y tristeza; porque tenemos la esperanza de poder desarrollarnos y evolucionar tanto material como espiritualmente.
Hace unos pocos días, recibí una impactante sorpresa cuando tomaste mi cara entre tus manos y me dijiste: “¡papito, eres mi mejor amigo, mi héroe, el mejor padre del mundo!” Y, ¿sabes por qué tus palabras ejercieron en mí efectos devastadores? Porque ya no recuerdo si algún día le expresé de esa u otra manera mi cariño a mi padre. Hoy, a sus casi ochenta años, él es un anciano. Lo he visto de espaldas, caminando con cierta dificultad y no he podido menos que reconocer que en esa silueta semiencorvada, desgastada por años de verdadera entrega hacia nosotros, de una vida que ha sido vivida con la mejor de las intenciones, se encuentra mi origen, mi guía y también… mi primer amigo. Lo he abrazado y besado y le he dado las gracias por todas las cosas buenas y malas que constituyeron mi formación, y me he puesto en el lugar de tantos quienes hoy ya no tienen a su viejo para abrazarlo y decirle: “¡te quiero, padre!” Y lo que darían por hacerlo hoy. Yo no he querido perder esta maravillosa oportunidad.
Es inevitable pretender trascender en la vida a través de los hijos, sin embargo, es claro que, para mí, tus acciones hablarán solo por ti mismo, y de la capitalización que hagas de tus propias experiencias dependerá tu éxito o fracaso en dicha empresa. Mis expectativas hacia ti están orientadas a brindarte elementos de juicio, transmitirte los valores con que yo me he formado, procurarte un modo digno de desarrollo, y dejarte ser; compartir y aplaudir tus aciertos y tratar de reconfortarte en tus tropiezos; no te quiero a mi lado solo para fortalecer mi ego, ni para sostén de mi vejez si esta llegase a un feliz desenlace; tampoco pretendo hacer de ti un superhombre o el Mesías que tanta falta hace al mundo. Lo único que quizá deseo es poder confirmar que no me equivoqué, que en tu formación no hubo deficiencias insalvables en lo que a tu madre y a mí correspondió, que no te faltó cariño ni recursos que constituyan el calzado con el cual recorrer el camino que te espera. Hoy, como el primer día en que te conocí, te entrego mi corazón y mi mano para acompañarte a recorrer dicho camino.
Tuyo siempre,
Papá